San José Oriol, presbítero, que con su mortificación
corporal, su cultivo de la pobreza y su continua oración mantuvo una constante
unión con Dios, que le enriqueció con dones celestiales.
Nacimiento
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6 de mayo de 1650
San Pedro de las Puellas, Barcelona |
Fallecimiento
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23 de marzo de 1702
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Venerado en
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Iglesia Católica
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Beatificación
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Pío VII en 1806
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Canonización
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1909 por San Pío X
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Festividad
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23 de marzo
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EL 23 de marzo festejamos a uno de los mas fieles hijos de Dios, San José Oriol, aqui un poco de su vida y obra:
José Oriol nació en
Barcelona y pasó casi toda su vida en esa ciudad. Como su padre murió cuando él
aún estaba en la cuna, su madre contrajo segundas nupcias con un zapatero, que
amó a su pequeño hijastro como si hubiera sido su propio hijo. Pronto llegó
José a ser un niño del coro en la iglesia de Santa María del Mar y los
clérigos, advirtiendo que pasaba horas en oración ante el Santísimo Sacramento,
le enseñaron a leer y a escribir, adivinando en él una vocación de sacerdote.
Posteriormente, lo habilitaron para que siguiera los cursos universitarios. A
la muerte de su segundo marido, la madre de José se vio sumida en gran penuria
y el niño fue a vivir con su nodriza, que le tenía tierno afecto. La vida del
joven como estudiante fue sumamente ejemplar. Después de haber recibido el
doctorado y haber sido elevado a la dignidad sacerdotal, José aceptó la
ocupación de tutor de una familia acomodada para poder sostener a su madre.
Aquí también se conquistó todos los corazones y fue considerado como santo,
pero él no se hacía ilusiones acerca de si mismo, porque Dios le había dado a
conocer cuán lejos estaba de la perfección. A consecuencia de esa revelación,
hizo voto de perpetua abstinencia y vivió por el resto de sus días a pan y
agua. Aumentó también sus penitencias corporales y usaba unas ropas tan
andrajosas, que a menudo era insultado en las calles de Barcelona.
Sin tener ya la obligación
de sostener a su madre, que murió en 1686, José emprendió el camino a Roma para
venerar las tumbas de los Apóstoles e hizo el viaje a pie. En la Ciudad Eterna,
el papa Inocencio XI le concedió un beneficio eclesiástico en su nativa
Barcelona, y, como sacerdote al cuidado de las almas, continuó viviendo en la
más completa abnegación propia. La pequeña habitación que rentó en la azotea de
una casa, no contenía sino un crucifijo, una mesa, un banco y unos pocos
libros; era todo lo que él necesitaba. Los ingresos de su curato fueron
destinados al alivio de los pobres, ya en limosnas para los vivos, ya en misas
para los muertos. No era necesaria una cama para el que nunca durmió por más de
dos o tres horas cada noche. San José tenía el don de la dirección espiritual y
todo el tiempo libre de que disponía lo pasaba en el confesionario. En cierta
ocasión, fue acusado de exceso de severidad y de señalar penitencias que eran
nocivas a la salud. Sus censores lograron hacer llegar las críticas a oídos del
obispo, quien lo suspendió, pero la prohibición no duró mucho. El prelado murió
poco después y su sucesor restituyó a José todas sus facultades. El celo
universal que desarrolló durante todo su ministerio, incluía los extremos más
opuestos. Era afecto a la enseñanza de los niños. Tenía también gran influencia
entre los soldados, a quienes se ganaba con su caballerosidad y simpatía. Es
ciertamente extraño que, en medio de esta agitada vida, san José hubiera
repentinamente sentido el ardiente deseo del martirio y decidiese partir
inmediatamente a Roma para ponerse a la disposición de la Congregación de la
Propagación de la Fe. En vano trató la gente de Barcelona de impedir que los
abandonara; inútilmente le insistieron dos prudentes sacerdotes a que usara más
tiempo para reflexionar; su decisión estaba tomada y su propósito era
inalterable. Partió para Italia, pero en Marsella cayó enfermo y la Santísima
Virgen, en una visión, le dijo que su intención se había aceptado, pero que la
voluntad de Dios era que debía regresar a Barcelona y pasar el resto de su vida
al cuidado de los enfermos.
Su regreso fue aclamado
con grandes demostraciones de júbilo. La fama de su maravilloso poder de
curación, se extendió por doquier y los enfermos llegaban de distantes lugares
para ser curados de sus males. Sus milagros se sucedieron uno tras otro y, en
cierta ocasión, el confesor del santo le prohibió realizar tales curaciones en
la Iglesia, a causa de los disturbios que se ocasionaban. De hecho, el santo
siempre buscó apartar de sí la atención y atribuía las curaciones al tribunal
de la penitencia, pero poderes como el suyo no podían mantenerse ocultos. Como
muchos otros obradores de milagros, también poseyó el don de profecía y entre
otras de sus predicciones, vaticinó la hora de su propia muerte. Después de
recibir los últimos sacramentos y de pedir que se recitara en voz alta el
«Stabat Mater», murió el 23 de marzo de 1702, a la edad de 53 años. Enormes
multitudes se reunieron alrededor del féretro del santo y, en el día de su
sepelio, se hizo necesario cerrar las puertas de la Catedral antes de proceder
a su sepultura. Sus pocas pertenencias fueron ansiosamente buscadas como
reliquias y el tributo de la veneración popular no hizo sino aumentar con el
transcurso de los años. San José Oriol fue canonizado en 1909.
Los elementos le obedecían y, a su voz, las enfermedades mas renuentes desaparecian. Poseía también el don de profecía y leía los corazones.
Fuente: El Testigo Fiel: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=978

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